1.3.14

Perú en Tres Partes - 1st short stories in Spanish

Las Ventanas y Elefantes del Perú
Pongamos las cosas en orden. Es una historia sin inicio, claro, pero necesito empezar en algún lugar. Los pasos son como piedras de paso, 
pero solamente en retrospectiva que pudieran tener sentido. 
Puedo empezar la cuenta hace 7 años, o hace un mes. Da igual. 

En el desierto de España cuando hacía sol cada día, llegue. Estaba yo allá por razón de un sueño de noche que tuve. El sueño que todavía me hace sudar con calor, posibilidad y miedo: la cara de un lobo, Los jardines de un mundo mejor. El sueño me preguntó
-¿¡Sabes cómo callarte y escuchar?!-

Pero te digo, en España, temblé de depresión. Sabía que había una razón para estar en España, especialmente después de los sueños. Y de verdad, lo quería más que todo, pero en los momentos de la depresión sin final: nada tenía sentido. No podía ver el futuro, pero tenía la sensación de estar creándolo.

-¿Cómo se puede crear lo que no se puede ver? ¡Qué paradoja!- me pregunté.

No podía levantarme de la cama. Cada día había un elefante sentado en mí pecho. Deseaba ver 
“el por qué”, pero no podía aguantar el peso.

-¿A dónde fue mi autoestima?- y me di cuenta: fuera de la ventana.

-Ayúdenme – pensé, a nadie y a todas. De la desesperación sufría, mudándome en círculos. -¿Qué pasará?- pregunté al mundo –no tengo ninguna dirección-.

-Ven a Perú, dama bonita- me respondió la voz de una amiga –Constrúyanos un buen bosque comestible-.  Ella rió de la simplicidad. No era algo simple.

-¿Cómo?- me lamenté, si fuera una tocadiscos rota. 

Vino el próximo sueño: tres abejas y una frase –presta atención, Cassandra. Esto tiene significado tan importante-. El sueño desapareció, y en su lugar me dejó una esperanza.

-¿Puede ser que estoy aquí para ir allá? ¿A Perú?-. No podría saber. Miré por la ventana.

Practiqué español si estuviera practicando por un concierto. A veces con ruido, con la gente corriendo por las colinas. A veces más suavemente: la lengua salvaje y los hispanohablantes vinieron para escuchar. Él me enseñó un montón. Mientras yo practicaba, llegue a la cruce para ver si la dirección era más clara. Vi en sueño un camino en frente y los verdes diferentes de la jungla. Con hambre en mi mente, las ganas me levantaron, y estaba justo en ese momento que el elefante salió.

Los mapas se estiraron en frente de mí, ubicando el camino. El hocico del jaguar me besó con la explosión de la jungla. En sueño volé como el pájaro. Y sin fuego, sin celebración, soñé todos los colores del camino en frente: la escuela natural, el árbol de cacao y Juan, quién me dijo –he vivido muchas vidas.-

Las noches de sueño y la dirección del día se mezclaban juntos en un arco iris que vi encima de Puerto Maldonado. Por fin, todo tenía sentido cuando los verdes diferentes me pasaban y se convirtieron en la jungla y sus oportunidades. Las que se puede ver solamente en retrospectiva, después de una vida hecha por paseos, hecha de pasos sobre piedras, y después de llevar a un elefante. 

Pero no hay elefantes aquí en las junglas de Perú, ni ventanas tampoco.  

San Pedro
Las nubes prometían lluvia cuando cruzábamos la plaza de armas. Un Husky saltó a un lado de la fuente y Fernando me preguntó si conocía a Misha.
-Nunca- le dije.
Fernando empezó a explicar su relación con el Husky, que desapareció en la jungla solo hace 4 semanas. Empecé de cruzar la calle, pero él quedó, como si estuviera en sus propios pensamientos. Todavía recordaba el día que recibió la llamada.
–Estaba en el cemetario con un estudiante- me dijo, casi riendo –qué sitio, ¿no?- podía ver sus emociones mientras caminábamos hacía el mercado.
-¿Lloraste?- le pregunté. –Sí- me dijo y me mostró su tatuaje del otro Husky Sasha, al que tuvo antes de Misha.
Sascha y Misha eran como niños para Fernando. Él me parecía un poco triste todavía, pero quizás por vergüenza, su atención haya cambiado hacia el mercado. –Mira, este mercado fue…- pero lo paré.
-Gracias por compartir- le dijo, mis manos en su pecho. No sé si fuera así, pero me pareció que lo necesitaba y continuó con más de la historia. Empezó de llover, así que cuando llegamos estábamos listos para entrar.
Vi los colores de las tejidas colgados en la entrada. Noté las piedras del suelo y Fernando me dijo que el mercado tenía casi cien años. Eran suaves y muy gastados. ¿Pueden ser piedras de las construcciones antiguas de las incas?
Paramos para nombrar las frutas y no vi ninguna nueva, pero tuvimos una mini lección de los tipos diferentes de plátanos. Mientras él me contaba de su familia me preguntaba a mi misma sobre las familias y niños que crecen en el mercado. Cuantos niños hay de los trabajadores del mercado de San Pedro. Él me habló de las tradiciones de los trabajadores allá y notó que muchas eran mujeres. –Como mí mami- sonrió Fernando.
Pude oler las carnes y vi a la gente vendiendo la leche fresca, reciamente hervida esa mañana. Toqué el material de una manta. – ¡Qué colores!- pensé. Le señalé un cactus de San Pedro, y hablamos de los orígenes de las cosas en el mercado. Cuando nos acercamos a la entrada, supe que Fernando tenía que irse.
Me sentí agradecida con Fernando por mostrarme el mercado y le di las gracias a él por la tarde juntos. Cuando nos separamos, el cielo se había puesto más oscuro. La noche llegaba. Subí los 545 peldaños a mi casa, paso a paso con paciencia. La que necesito para aprender español en la manera que espero.
Al final empezó la lluvia con fuerza.

Lo blanco. Lo negro.
A menos que quieras conocer a un espíritu, no te vayas para un cemetario en Latina América, donde los vivos y los muertos existen al mismo tiempo.

El grupo de siete músicos marchaban al redor de las tumbas de los difuntos. Dos hijos jugaban entre los pisos de sus ancestros. Era la segunda vez que estaba en un cemetario aquel día. El cemetario de San Jeronimo tenía flores en cada dirección. Hacia arriba, vi las lapidas con flores cortadas. Y por todos lados las flores de las tumbas de los pobres en el suelo crecían como si fueran cultivados por amor. Pero las flores en todos los rincones sugerían que fueran por destino. Quizás los espíritus sean en un conjunto con los vivos, por qué solo las fuerzas de la naturaleza con la mano de los vivos podrían esculpir algo tan bonito.

En el cemetario de Almudena, vimos a un hombre. El cortaba una caja de seguridad para que pudiera entrar. Se agachaba encima de la caja, limándola imperturbablemente. En la cripta más antigua había velas negras derretidas en el concreto. Después reflexionábamos sobre la magia negra y Fernando me dijo que pensaba que el hombre que vimos no era un hombre. Con un sentimiento distinto de escalofríos, no sabía que debía pensar. Pero si tuviera otra oportunidad miraría al hombre con el gorro raro por más tiempo.

Ni que en contrario a las velas y el hombro que quería entrar, el papi de Juan nos dijo de una mariposa blanca que vivía en la tumba incorrecta de su madre, Matilde Flores. La mariposa blanca quería salir. Y si puedes creer en la magia entre los muertos y vivos, es posible imaginarte una mariposa volando por voluntad para separarse desde los huesos de Matilde Flores hacia la tumba de su hermano. Es que no le enterraron ella como ella pidió, al lado de su hermano. Pero después de la mariposa blanca, nadie podía creer en ninguna otra posibilidad: había un milagro. ¡Mudar los huesos! ¡Celebrar los difuntos!

Para distinguir las diferencias entre los muertos y los vivos, no te vayas a los cemetarios de Latina América. Lo blanco de los deseos de ellos es que quieren descansar, y lo negro es que no pueden. Son notas de la misma canción, donde los niños y los ancestros bailan juntos al compaz de la banda.